+ Mis humos: Ser, o no ser...

"Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno"

Este discurso fue pronunciado por el senador Volstead en los muy a veces socialistas EEUU tras la promulgación de la conocida como "ley seca". Los yankees no fueron los primeros demócratas en creer que se solucionaba un problema con la prohibición, ni los últimos. La línea recta tienta pero como sabemos no siempre es el camino más corto. En todo caso, y sin entrar al detalle sobre lo acontecido en la década de los veinte, podremos observar cierta similitud entre los dislates emanados de los políticos de estos y otros tiempos cuando iluminados celestialmente acometen la afanosa tarea de diseñar y corregir los hábitos ciudadanos, unas veces sanitarios, otros sociales.

Seguramente para todos los bienintencionados que no desean oler a tabaco o aquellos que viven obsesionados la curación de nuestras adoradas carnes se hayan cerrado las puertas del infierno, o eso creen ellos porque el infierno quizás habite dentro de nosotros -o mejor dicho, ellos-. Ah, sí, que mucho Volstead pero olvidé deciros que yo pensaba en el tabaco...

Al margen de mis malos humos, digo, pensaba yo el miércoles tras abandonar mi cigarro a la entrada de un bar en lo que el Estado nos había vuelto a robar, pues ya no había margen para la discusión, conciliación entre seres humanos maduros. Si entro en un bar no pienso, apago y callo. Mis acompañantes lo mismo. Se acabó eso de discernir si se elegía bar de fumadores o mesa sin humos. Unas veces eran mis amigos los que pedían al camarero mesa de fumadores para complacerme, otras era yo quien les exigía sin humos poniendo mi granito de arena en la convivencia del grupo.

Todo eso quedó atrás cuando el Leviatán ha decidido sustraernos otra porción de nuestro albedrío eliminando con el tipex la innata capacidad que tenemos los humanos para trabajar, colaborar y convivir unos con otros. Más de una vez me han dicho no creer en una responsabilidad individual intolerable sabiendo que los humanos no somos responsables. Sin pasar por la mente de I. Berlín, es normal la gente entienda responsabilidad de ese modo cuando no conciben la sociedad como unión de humanos libres sino como sims cuyo destino sólo cabe entenderse desde la prisma de un juego donde su vida, su libertad, no tiene valor alguno.

Hoy no lloraré por la vulnerada propiedad de los dueños de los bares, por sus pérdidas económicas, por lo que toda ley prohibicionista nos quita, que no es poco porque es todo; Simplemente lloro porque ya no puedo elegir a mis amigos por su generosidad, por su carácter, no puedo observar -y recíprocamente ellos de mí- hasta dónde llega su mano izquierda porque eso nos lo ha hurtado el Estado. ¿Elegir? A ese verbo, con el significado primigenio, le quedan dos telediarios.

Seguramente muchos de vosotros sois felices con esta vida donde a modo de cadena de montaje se te enlata, saca brillo y dirige tu sino. Otros muchos, evidentemente no. Para esos muchos, e incluyo tantos y tantos no fumadores concienciados con su -mi- libertad, no. Para todos nosotros, perdidos para vosotros en los círculos del infierno de Dante, este mundo es cada vez más gris, ¡incluso hoy viernes!:

“Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación; la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo a la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría y el primer Amor. Antes que yo no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”

Por Prevost