+ Reverte se rebela.

Hace algunas semanas, a Pérez Reverte se le acabó un poco la paciencia; no es que haya sido siempre un hombre muy delicado y exprese sus opiniones con un tono dulce y afable, pero parece que algo le ha tocado más resortes de lo habitual; soltaba en su columna de El Semanal, uno de los suplementos dominicales más leidos en España, la siguiente parrafada:

Así que ya está bien de mezclar churras con merinas. Tengo verdaderas ganas de oír, en boca de estos cantamañanas aficionados no a desenterrar muertos, sino rencores, que el franquismo sometió a España a una represión brutal, cierto; pero que, de haber ganado la República, sus fosas comunes también habrían sido numerosas. Que ya lo fueron, por cierto, aunque ahora se cargue todo en la ambigua cuenta de los incontrolados. Y no digamos si hubieran vencido los tipos duros del partido comunista, entonces férreamente sujeto al padrecito Stalin; pregúntenselo a don Santiago Carrillo, que de ajustes de cuentas con derechas e izquierdas sabe un rato. Y en cuanto a los nacionalismos radicales –esos miserables paletos que tanta manteca han sacado de la guerra civil, y la siguen sacado–, sería útil recordarles que al presidente Companys, por ejemplo, cualquier gobierno izquierdista fuerte y consecuente lo habría fusilado también, acabada la guerra, por traidor a la República, a la Constitución y al Estatuto. Y del pueblo vasco que acudió a defender la libertad, curas incluidos, como un solo gudari y como una sola gudara, podemos hablar despacio otro día, porque hoy se me acaba la página. Incluidos los tercios de requetés donde se alistaron de abuelos a nietos apellidados Iturriaga, Onaindía, Beascoechea, Elejabeitia, Orueta o Zubiría; a quienes ni siquiera Javier Arzalluz –la jubilación más aplaudida de la historia reciente de España– podría llamar españoles maketos de mierda.

Explicaba con sentido común y una buena dosis de mala leche, lo que ocurrió en España en la Guerra Civil; una contienda entre hermanos donde difícilmente se puede decir quiénes fueron los buenos y cuáles los muy malos, y en donde más de uno tendría que agachar la cabeza y no ponerse ninguna medalla de santo al cuello; al menos que quiera que le queme o le produzca ampollas de cinismo y demagogia, claro.

Y, con este antecedente, llego a la columna de esta semana, y compruebo que el cabreo y disgusto de Don Arturo es todavía peor que cuando habla de la Guerra que ganó Bambi. En ésta, la izquierda española sale con una somanta de palos:

Lo de Fraga, en cambio, me preocupa más. Y no por el abuelo, que tiene más conchas que mi tortuga Amanda, sino por quienes liaron la pajarraca. Lo inquietante es que esos jóvenes se autodenominaran de izquierdas. Porque si es verdad que la izquierda española oficial de toda la vida, compañeros del metal y todo eso, acabó degenerando en el penoso espectáculo botijero de sandez, obviedad y demagogia inútil verde manzana que se pone de manifiesto cada vez que abre la boca su secretario general, señor Llamazares, no es menos cierto que uno espera, en el fondo de su corazoncito, que el futuro alumbre alguna vez una izquierda diferente, eficaz, provista de argumentos sólidos, de coraje político y de la cultura republicana que hoy es fácil adquirir a poco que uno acceda a las fuentes formativas adecuadas, que para eso están ahí

Doy por sentado que leer estas opiniones de un acádemico de la RAE sobre la progresía de este país tiene que producir migrañas en más de algún sector dependiente del gobierno; pero, no obstante, lo auténticamente deprimente es que pocas personas se atrevan a hablar así de claro en sus correspondientes medios de comunicación o ruedas de prensa; que nadie, por miedo a no ser políticamente correcto, se atreva a alzar un poco más la voz por el miedo a "ser tachado de" o a tener a un sector de la opinión pública encima suya señalándole con el dedo por decir las cosas claras.

Al menos me queda Reverte, bicho raro en la fauna ibérica y seguro que en peligro de extinción. Por ahora.

Por Chesk