+ El despertar de los fanáticos
Voy a empezar este post dando una alegría a todos aquellos discrepantes de la libertad de expresión reconociendo, de antemano, mi sometimiento intelectual a determinados postulados de alguna secta, ya sea mediática, religiosa, sexual o de lo que su imaginación les llegue a alcanzar. Y es que en una sociedad tan compleja como la nuestra es hartamente imposible que alguien pueda mostrar un pensamiento independiente al poder establecido. Esto es, a la partitocracia. Por todo ello acepto que me llamen, como mínimo, descarriado.
Ahora, haciendo gala de la libertad que supuestamente me concede la ley pero que los partidos, liderados por fanáticos extremistas, intentan coartar a través de los poderes cuya soberanía, imaginariamente, pertenece a la nación, voy a pasar al tema que nos ocupa: los toros.
Huelgan comentarios sobre la tradición de la fiesta, su significado o si realmente comporta algún tipo de belleza cultural. A mí personalmente no me gustan y las veces que he acudido a una plaza me he aburrido tanto como Zapatero en sus tres clases de economía. Llámenme, si quieren, ignorante. Pero mi pensamiento individualista (esto es, sinónimo de fascista o nazi) dista mucho de aquél que pretende imponer su criterio a todo un colectivo (esto es, sinónimo de progresismo). Por ello, a pesar de que no comprendo esa fiesta, la respeto, como también respeto els 'correbous' o els castellers a pesar de los peligros que pueden entrañar para la persona física.
El problema sobrevenido de lo que ha votado el Parlamento catalán no es que vayan a desaparecer los toros o que un edificio tan histórico como la Monumental vaya a ser derruido para construir un bloque de pisos. Son aspectos secundarios. Para mí lo realmente grave es que los ciudadanos hayan cedido parte de su libertad al fanatismo de una clase política rehén de sus neurosis nacionalistas y/o estatistas.
El animal no es sujeto de derecho sino que, en todo caso, puede ser objeto de protección. Yerran todos aquellos que, de forma demagógica, se apresuran a prohibir en pro de un derecho a la vida del animal que es inexistente. Pues si esto fuera así, no podríamos comer ni el pavo que desayunamos por las mañanas.
Sin embargo, los que votan a favor del asesinato del feto se parapetan en ese supuesto derecho inexistente para borrar en Cataluña otro símbolo nacional.
La conjura de los necios avanza imparable hasta conseguir la dictablanda a la que aspiran. No se confundan, éstas no llegan siempre precedidas de un golpe militar. Existe otro método mucho más infalible para imponer el pensamiento único: la ingeniería social. Bienestar, discriminación positiva, progreso o derechos de los animales han relevado a términos de suma importancia para el ser humano y el derecho natural tales como libertad o igualdad.
El Derecho positivo en su sentido más estricto se ha impuesto en Cataluña al igual que las crueles leyes nazis, carentes de ética, moral y humanismo, se imponían a todos aquellas personas que desgraciadamente vivían bajo el yugo del nacional-socialismo.
En el ateísmo de nuevo cuño los parlamentos son los olimpos en los que fanáticos carentes de cualquier cultura, razón o conocimiento, se dedican a imponer su propia religión, la única que conocen: la de la imposición.
Y mientras tanto, los ciudadanos, dormidos, contemplan compasivos un sistema que consideran perfecto. Aunque el sueño profundo les ha llevado al engaño y desconocen que el mayor de los errores reside en la base de todo; reside en confundir una democracia con el mero proceso electoral.
Nada cambiará hasta que los dictadores devuelvan a la nación su capacidad para controlar su propio futuro.
Por Valmont
¡Me encantaaaaaaaaaaa!