+ Ley de defensa de la República: Azaña dixit.
Un tal Azaña, allá por 1931:
Yo creo, señores diputados, que esta Ley tiene, en primer lugar, la ventaja de hacer creer, y hacer saber al país, que es posible una República con autoridad y con paz y con orden público. Lejos señor Ossorio, y Gallardo, de recibir, con enojo y sorpresa el país esta ley, yo le aseguro a su señoría que la recibirá con júbilo y entusiasmo, sobre todo el país republicano, y sólo mirarán con recelo y enojo su aplicación que tengan que temer algo de su aplicación.
¿Quién tiene que temer algo de su aplicación? De ninguna manera la verdadera Prensa, señor Royo-Villanova. Aquí no se habla de la prensa digna de ese nombre, la prensa que vive a la luz del día, dentro de las leyes y que respeta su decoro y el ajeno; pero a las hojas y pequeñas bellacadas clandestinas que andan circulando por toda España, llevando a todas partes el descrédito de la institución republicana y de sus hombres, y del parlamento y de los diputados, y de la obra legislativa, ¿a eso vamos a llamar prensa, esos reptiles que circulan por la sombra, que van de mano en mano corriendo por los rincones de la península y sembrando el descrédito o la burla o las malas pasiones? Eso no es la prensa, señor Royo-Villanova, eso no es la prensa y contra ella vamos.
¿Quién más tiene que temer de esta ley? El funcionario negligente, y desafecto, el magistrado poco celoso en la aplicación de la ley, el libelista - que noblemente oculta su nombre para eludir la gloria de sus escritos-; el agitador de oficio, sin convicciones ni conciencia, que se complace en sabotear la paz y y la justicia de la ley republicana; los conspiradores de café, que creen tener montada una máquina infernal contra la República, porque, rodeados de media docena de monas epilépticas que por equivocación llevan el nombre de hombres, traen y llevan el instrumento de la destrucción, enredando, desacreditando, difundiendo la alarma y acabando por crear alrededor del régimen republicano esta situación de intranquilidad, de inquietud, de alarma, que en definitiva, es un daño positivo, no para el vigor y subsistencia del régimen, sino para su prosperidad, para los negocios, para todo el conjunto de la vida social, que sin este recurso se enrarecería en torno a la República. Y eso es todo, señores diputados.
Enjundioso, ¿verdad?
Por Prevost
Que buenas migas hubiera hecho este hombre con el Traidor...