+ Pasión, prisión y destierro (1)
Esta mañana he presenciado en una abarrotada sala Bolívar de la Casa de América la presentación de Pasión, prisión y destierro, el libro con el que el disidente cubano Alejandro González Raga nos narra años de represión, tortura y encarcelamiento bajo el régimen castrista. Ahora os comento cómo ha transcurrido la hora larga del acto, con mucho político y amigo de por medio, pero deseo comenzar extrayendo una cita del libro que me ha impactado cuando lo ojeaba de vuelta a casa en el Metro:
Era el día de los enamorados, el quinto sin mi esposa.
Narra en Pasión, prisión y destierro Alejandro cinco años de privación de su Libertad, con un inicio sombrió por la pérdida de una amigo y un final también agridulce, dejando atrás su patria y a otros amigos en las cárceles socialistas cubanas. Algunos de ellos en pésimo estado como Fariñas, otros ya fallecidos como Orlando Zapata:
[...] Desde que llegamos permanecimos ocultos. No salíamos de aquel pequeño cuarto para no levantar sospechas entre los habitantes de ese pequeño asentamiento rural. Siete desconocidos siempre es algo sospechososo en un caserío como aquel. Y es algo realmente inquietante en cualquier lugar, pero en Cuba, que es el país de todas las vigilancias, es motivo de alarma y movilización. Pero ya cuando pasamos el cuarto día de encierro comenzamos a desesperarnos.
La mesa de ponentes la formaron el autor, Alejandro González Raga, Raúl Rivero, Bertrand de la Grange, Esperanza Aguirre y Antonio Guedes, presidente de la Asociación de iberoamericanos por la Libertad, asociación promotora del libro que publica Colección testimonios junto con la consejería de Inmigración que preside Javier Fdez-lasquetty. Junto a los citados, damas de blanco, esas madres y viudas de los detenidos en la primavera negra de 2003, aquella en la que Raga fue detenido:
Alfredo se frotó las muñecas apenas tuvo libres las manos. En ese momento observé el anillo de la logia masónica que siempre llevaba consigo y los surcos profundos que en sus antebrazos, habían producido las esposas apretadas con crueldad. Intenté preguntarle si sabía qué pasaba o tenía idea de qué estaba sucediendo. Me pudo responder encogiéndose de hombros. Traté de hablar con él pero ya me empujaban por un oscuro pasillo. Un corredor, una puerta, me pegan contra la pared, otro pasillo, avanzamos. [...]
Sigue.
Por Prevost