+ Rodríguez, ¡dame más!
No me gustaría ser vaca, todo el día explotado y expoliado. Con unas manos ajenas sobre mis ubres y un bonito cantar para sacar de mí mejor la leche. Siempre con cariño, claro, que el animal es amigo del animal, ya sabes, zorro para el vegetal. Con suerte feliz fuera con un poco de paja y tres cepilladas de insectos al día, porque en los establos no hay tanto bicho y no se hace tan necesario el molesto e incómodo meneo de la cola.
Aunque de convertirme en rumiante, mi dueño ideal podría ser aquel industrial tan respetuoso con mi reino, el animal, extrayendo de mí tan sólo unos racionalizados litros sin devorar las trémulas carnes o las chichas de mis crías. Todo un ejercicio de humanidad que yo ensalzaría sobre todo cuando su dulce mano me brindara más pienso del habitual para festejar que le puedo dar exquisitos nutrientes.
Deliciosa vida de voluntaria sumisión. Lo jodido sería poder pensar siendo vaca, pero no creo que ocurra. ¿Qué importa habitar en un establo encerrada cuando no faltaría alimento, amor y fraternidad sobre todo?
Por Prevost