+ Niños que desaparecen
Un día de Abril, nueve de la noche, llegando del trabajo, a punto de abrir mi buzón de mail a la intemperie en plena calle. Viento y medio lluvia. Vecindad vacía, ni un alma. No sé de dónde coño se me aparece una niñita mulata frente al coche, se acerca al cristal y me mira, manoseando su monopatín, ‘hola’. 'Hola’, le respondo mientras salgo con las llaves resignado a cargar mi dosis de propaganda . La niña se acerca más, interesada en mis cartas, lleva el pelo rapado como si hubiera sufrido quimioterapia o algo así y muy poca ropa para el fresquillo que corta. La miro de reojo. Me mira descarada. Tendrá unos seis años, no más. '¿Qué haces?' , me dice. '¿Yo? No, qué haces tú aquí sola, a esta hora, dónde vives. Dónde están tus padres'... Se encoge de hombros. ‘¿Quieres que te acompañe a casa? Andando si quieres’. La niña lo duda. ‘¿Sabe tu familia que estás en la calle?’ 'Sí’ ‘¿Seguro..?' ‘Sí’.
Me comenta algo acerca de un perro negrucio, tres palmeras y tal. Ya caigo. Son los del repelente Chihuahua, que viven un pelín a tomar por saco. Así que parqueo a un lado y le digo que es tarde y que la acompaño a su casa de una vez andando, por pelotas, que hay mucho peligro a esas horas. Y acepta como si acabara de ligarse a un marciano, caminando feliz todo el trayecto.
El caso es que al llegar y darle al timbre la mamaíta abre la puerta y la recibe como si nada, mirándome a mí como a un puto delincuente. Y yo en vez montarle la pirula que me pedía el cuerpo, le explico amablemente mi preocupación por su hija y bla bla bla antes de ver cómo me cierra la puerta en las narices murmurando no sé qué de " mis asuntos" y " sus asuntos" mientras el perro de los cojones me hace la traducción simultánea destrozándome los oídos.
Tres días después y con el tema olvidado, zas, misma lluvia, misma escena, misma niña, misma soledad, mismo saludo. “ Hola”, me dice con sonrisa reincidente.‘Hola, hola otra vez’ , respondo ya con mala uva parando el motor, pensando en hacerme ya de Acompañadores sin Fronteras.
Pero esta vez tiene más claro que pasa de ayudas. 'Nop’ . '¿Seguro?’ 'Sip’.
Y antes de que pueda bajarme y hablarle de hombres malos, niñas buenas y otros asuntos que no son mis asuntos, echa a correr con su patín desapareciendo de mi vista.
Arranco el auto mirándola por el retrovisor y acordándome de todos esos niños que un buen día desaparecen, vigilados más o menos, menos o más, con cuyas familias este blog se solidariza y desea el mejor de los desenlaces. Y me voy pensando que nada cambia, que siempre habrá cazadores disparando contra la inocencia de inocentes puestos a tiro, y que tal vez algún mal día, la niña negra de la gorra blanca ya no coincida conmigo sino con algún hijo de perra depredador de los muchos que circulan por este puto mundo ansiosos de dinero o de patéticos placeres.
Y si ese día que no deseo llegase, su puñetera madre ya no tendrá el disgusto de abrirme a mí la puerta sino a dos tíos con uniforme y placa, que espero de verdad que le caigan mucho más simpáticos que yo.
Por Cruzcampo