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La cola de un aeropuerto USA. Guardias registrando, alarmas bipeando, niños agobiando. Nos quitamos los zapatos, los relojes, los llaveros. Muy bien, muy profesional. El Alka Seltzer fuera, que también pita. El tío que está observando murmura no sé qué cosa sobre mí. Tengo que dejar todo en la bandeja. Casi ni me mira, no le importa quién soy ni a dónde coño voy, sólo le importa si llevo metal o líquido por ahí. Al otro lado hay a una mujer policía repasando con el detector de mano a una chica de unos dieciocho años, pelirroja y con muchas pecas. Y detrás va lo que parece ser su hermano, descalzo, con gorra de los Yankees y una cara de pasmao que lo flipas. Seguido en el registro, el papá. Suspiro mirando al techo. El perfil típico con mucha imaginación, de unos terroristas pánfilos del IRA en plan familiar y así. Pero ocurre que no es el IRA el que revienta los aviones. Más tarde, una mora muy velada y su amiguete que aparecen detrás se libran del cacheo personal.
Recordé en ese momento la película de Jodie Foster, Flightplan donde la protagonista pierde de vista a su hija de corta edad mientras se queda dormida en un vuelo cruzando el Atlántico. Cuando despierta corre como una posesa por todo el avión hasta que zas, localiza a unos pasajeros que pilla por ahí con aspecto árabe y los acusa de complot quedando como una gilipollas. Todo un guiño al islam en el tono, “tíos os comprendemos, debéis de estar asqueaos de que os tomen por los malos”.
Pero no sólo se esconden cosas para matar debajo de un pañuelo o zapato, sino debajo de una ideología, debajo de un credo que en este caso nos lleva casi siempre a un perfil humano. Son ellos, los musulmanes radicales, los que sienten la necesidad de matar y aterrorizar al infiel, y de hacerlo en los lugares más llamativos. Y son los musulmanes, los que optan por una religión que bien o mal interpretada, está asesinando por todo el planeta mientras ellos se quejan de que un fulano les mira mal. Y somos nosotros los que perdemos el tiempo con niñas pecosas y pelirrojas o gringos del Oklahoma profundo sin crear los fichajes étnicos necesarios, sin preguntar a un árabe de mediana edad, como harían en Ben Gurion y algunos otros lugares , cuál es el motivo de su viaje o qué equipo de fútbol es su favorito, preguntas no trascendentales cuyas respuestas cualquier experto en psicología criminal sabría gestionar.
Y con esto no decimos que no se vigile a todos, tirios o troyanos, sino que se haga eficazmente antes de la cosa se desquicie. Decimos que mirando a fondo nombres y caras, se podría hacer mucho más que solamente confiscando navajas, cortacallos o espuma de afeitar. Porque los instrumentos de matar cambian, pero las personas no.
No dudo que al final, se empezará a perder el miedo a las milongas raciales y se llegará a entrevistar a muchos pasajeros en una sala, sólo me pregunto entre tanto, si algunos lograrán su cruel objetivo por el camino.
Por Cruzcampo