+ Amish World
En el siglo diecisiete, cortan por lo sano y se desmarcan de los anabaptistas menonitas. Mas rigor, mas severidad, más Biblia cristiana, menos intrusos. Nacen los Amish, y el regreso a un pasado del que nunca emergieron. Ellos, con barba cuando se casan, de negro cuando salen por ahí con cara de cobradores de morosos, sobrios y honorables siempre. Ellas, como muñecas campesinas, sin botones, sin cortarse el pelo y sin cortarse un pelo con su bonnet, sus delantales, y sus manos como elemento imprescindible de sus vidas.
Conservan un alemán con toques alsacianos o alpinos que hablan, como diría el otro, en la intimidad. Quién lo iba a pensar a tres horas de Nueva York, en el profundo Pensylvania o por ahí, por el Canada del este. Y me pregunto de qué coño hablarán entre esos muros de colores vivos, encajes, cerámica rancia y cacharretos del año catapún. Cuál será el chascarrillo del día en un mundo sin agua corriente y sin electricidad aunque bueno, ahora van tragando. Cómo se lo montan sin coche o con algunos simples buguillas negros para lo justo, o cómo se arreglan con algo de gas o queroseno y muchos carros de caballos. O cómo será la vida sin enchufar la caja tonta y sin saber que cayeron unas torres gemelas a tiro de piedra de sus casas, aunque ya lo sepan. O sin saber que mientras ellos proponen y llevan a rajatabla la no violencia, el mundo sangra por todas sus costuras, aunque también lo saben.
Y oigan, parece como que pasan de todo, o quizás de nada si uno sabe entenderlo. Y han concluido que es la palabra, la palabra a palo seco, que no el diálogo - ¿ o también?- la que engendra violencia. Y no son secta, ojo. Si usted quiere entrar en su grupo, déjese de biblias y de gilipolleces meditativas y póngase ropa cómoda porque le va a tocar recoger bastante mierda de caballo; ya verá como aprende humildad y humildad, y verá cómo le sacan a toda pastilla del mundo moderno con todas esas tentaciones que reblandecen las meninges. Esa es la cosa. Que tiene su aquél, no crean. Porque no se defienden, no denuncian, no vengan, no agreden. Estudian en sus escuelas y se curan con sus médicos, que a saber lo que alucinan con su forma de entender la enfermedad. Y producen lo que consumen, o casi; todo ello sin pagar impuestos y trabajando de sol a sol.
Hace poco, un camionero aficionado a jugar con muñecas perdió mucho la olla, agarró una escopeta y mató a tres niñas amish en pleno Amish World, en Lancaster, Pensilvania. Imagínense cuánto duraría una comunidad Amish a tiro de Qassan en Ramala, Gaza, Hebron o Beersheva, así en plan estoico y resignado, llenando sus funerales de lágrimas y perdón.
Todos los años sale algún bocazas que predice el fin de la gran familia Amish. Nunca ocurre. Y no ocurre porque ellos mantienen su isla filosófica en medio de un mar democrático y tolerante con las diferencias, a su vez defendido por uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Y los Amish lo saben, y claro, supongo que no dicen nada. Serán Amish, pero no tontos.
Por Cruzcampo