+ Año del olvido histórico (1) Entre amigos
Adivinen quiénes, políticos digo, eran muy católicos hace setenta años, pero mucho, y soñaban con una República propia. Y se aliaron con tirios y troyanos, carlistas o frentepopulistas, pactaron con bandos enfrentados y chuparon el miembro a todo aquel que pudiera ofrecerles ayuda en el proyecto, nazis o americanos, comunistas o requetés.
Supongo que han cambiado y ya no son los que eran. O eso quiero pensar yo mismo, que al leer a José Rodríguez Herrera en su relato sobre mitos de la guerra civil, me revelaba contra lo que mi cabezota, un poco dura para este tema vasco, no podía creer. Pero lo del barco ya era demasié, señores. El Cabo Quilates. Aunque había más barcos, con otros nombres, pero el mismo veneno a bordo.
En 1936, cuando el partido de Sabino se aliaba en la guerra con los frentepopulistas contra los nacionales, un barco propiedad de la familia de empresarios Ybarra con el nombre de Cabo Quilates, fue requisado por el Frente Popular y usado como prisión para almacenar allí a todo elemento enemigo del pueblo, vale decir, religiosos, empresarios, vecinos con plata, amigos denunciados por amigos como fascistas, no nacionalistas que no habían hecho nada en particular, viejillos que pasaban por allí, o amigos de esos que siempre daban mucha envidia y la ocasión de una guerra estaba que ni pintada para deshacerse de ellos.
El barco, fondeado al lado de una cloaca del Nervión hasta el día de entrega de Bilbao a los franquistas, fue testigo de los desfiles diarios de sacerdotes y prisioneros desnudos por cubierta, marchando desesperados antes de ser azotados o sumergidos en el agua de la ría embutidos en cuerdas, o después haber sido obligados a comer la mierda que defecaban, ahorcados falsamente para descojonarse con su terror, u obligados a tararear la Internacional y golpearse mutuamente, mientras desde la orilla, como verduleras parisinas contemplando la ejecución de Luis XVI, el pueblo observaba curioso, morboso y atento.
Después del circo infernal eran pasados por las armas, sus cadáveres pisoteados, rajados y arrancadas sus vísceras entre risas y chascarrillos para comprobar cómo era el riñón de los ricos, o en su defecto, el de un cura católico.
Allí fueron asesinadas salvajemente más de doscientas personas inocentes, de diferente procedencia social, incluidos los hombres de negocios dueños del navío Fernando de Ybarra y Oriol y Emilio Ybarra. Allí, en los barcos de la muerte. El partido más religioso de España, cerró los ojos ante la masacre de aquellos que en otros tiempos, fueron sus guías en las iglesias, sus compañeros en el colegio, sus vecinos en la vida, sus parejas en algún baile de fiesta.
Mucha gente pensará que son los horrores de la guerra. Que el bando nacional cometió otros tantos y también fusiló curas nacionalistas vascos. Correcto. Pero eso ya se sabía, y esto, se ocultaba.
Y lo peor de todo es que no fue una guerra política, sino una guerra de envidia de clase, de envidia cotidiana y venganzas personales. De ambición y crueldad. Que sucedió en España y sucedió entre amigos.
Por Cruzcampo