+ Año del olvido histórico (2). Los moros de Franco
Dicen que los moros habían sido derrotados por los alzados contra la República en la guerra de Marruecos, y debido a ello y al talante musulmán, los chicos del turbante les tenían un cierto respetillo. Pero tampoco tanto, no se vayan a creer.
Y si a eso añadimos que los aviones del Frente Popular se cargaron de cuajo una mezquita en Tetuán y tal, podemos entender por qué, a pesar de los intentos de ambos bandos por atraerse musulmanes para la guerra, Franco ganó la partida y muchos moros combatieron y no sólo combatieron, también hicieron toda clase de cabronadas en las filas franquistas nacionales, o como muchos lo llaman, el bando antidemocrático.
Juan Eslava Galan, sin embargo, lo ve de manera más escéptica. Según él, recibían plata, recibían comida, se libraban de la hambruna, comían pan, podían violar mujeres delante de sus padres, podían saquear y matar hijoputas infieles españoles del lado del que parecía más probable vencedor. Sexo, guerra, y rocanrol. Un chollo.
Galan, en su Historia de la Guerra Civil, cuenta que unos ochenta mil mercenarios moros lucharon junto a Franco en la contienda incivil del 36. Y que diez mil y pico murieron sintiéndose algo más que parias de la arena.
Antipáticos, famosos por su brutalidad capaces de esperar siglos para obtener sus objetivos, tenían instrucciones de “no pasarse”, pero se pasaron cantidad. Violaron, mataron, asesinaron, saquearon, rajaron, robaron, vendieron, todo ello sin distinción de sexo o edad, sin piedad, sin descanso, y sin más ganas que las que da el instinto, ayudados por algún capullo de alto mando nacional que se encargaba de presentar a sus fichajes por la radio como si fueran futbolistas y hacer que todo el mundo se fuera por la pata abajo antes de caer en sus manos... Ya verán cuando lleguen nuestros moritos. Las mujeres de los rojos, por fin, han conocido a hombres de verdad.
Una mañana de verano, los moros y la Legión atacaron Badajoz por el sur y por el este, asesinando y fusilando a todo el que tuviera en su hombro las marcas de un retroceso de escopeta. Mil doscientos por las armas. Visto y no visto. Y entonces los magrebíes hicieron algo insólito para una guerra y una mente normal, se instalaron en esas calles pacenses llenas de muertos para vender como en un mercado de pulgas, los cachivaches del saqueo, véase, relojes, anillos, platas, tazas, telas... y esas cosas. Bueno, bonito, barato.
La Pasionaria, con unas palabras que hoy no diría y ustedes ya saben por qué, se despachó con gusto en uno de sus rolletes revolucionarios:
“crueldad salvaje, borracha de sensualidad que se vierte en horrendas violaciones de nuestras muchachas, de nuestras mujeres en los pueblos hollados por la pezuña fascista, moros traídos de los aduares marroquíes, de lo más incivilizado de los poblados y peñascales rifeños”
No sólo los alzados llamaron al moro cuando hizo falta una ayuda, también la izquierda, se había aliado junto al cabecilla rifeño Abdelkrim años antes, para derrotar a la monarquía de Alfonso trece, en un tiempo en que una vez más, urgía clavársela a Estado por la espalda.
Ellos nos conocen, saben que a veces nos han servido y nos hemos servido de su apoyo para nuestras puñaladas traperas. Para nuestras putas traiciones. Y ahora lo saben también.
Y me temo que siempre echarán un cable cuando España necesite un desguace. Pero la culpa es nuestra, no suya.
Por Cruzcampo