+ Quedamos para morir
Piensen un momento en la idea de Japón como país, métanle con un poco de tiempo y díganme, después de la reflexión, si no tiene un punto rotundamente friki.
Nunca se me irá de la retina aquel momento en que presencié una especie de exhibición de los Power Rangers versión Sentai en mallas, cuajada la pantalla de un galimatías en letras japonesas, cada uno de un color, haciendo esos movimientos de lucha al estilo de un Jackie Chan subido de Guinness, entre cómicos y agresivos, esa especie de coreografía que sólo un nipón puede llevar a cabo totalmente sobrio y sin que le dé la risa.
Ese es el rollo tártaro que gusta a los herederos de los Tokugawa o de aquel antipático y cortacuellos gobierno del shôgun, que hoy día viven pendientes del próximo capítulo de El gato que vino del espacio, o de si los idiotas del Team Rocket vencerán a ese asqueroso bichejo amarillo, sin olvidar que ya cuentan con perros electrónicos que hacen pis, y creo que esperan de un momento a otro la nueva generación de teléfonos móviles de esos que hablarán ellos mismos contigo si acaso no tuvieras nadie a quien llamar.
Pero este frikismo tiene su lado serio, no se rían. Si uno sigue observando más allá, descubre un núcleo duro tradicional estéticamente medieval, un país orgulloso de su Historia y sus costumbres, un sistema automatizado y cansino, competitivo hasta la náusea, una gente que se ha tomado tan en serio su existencia, que hasta en algunos teatros tradicionales limpian los muebles con palillos y en algunas guarderías tienen a los críos desnudos con un frío del carajo de la punta del Fujiyama para hacerlos más fuertes y resistentes a la vida y no sé qué historietas.
Y claro, frente a esa disciplina guantanamera donde no se sabe quién es el robot y quién la persona, a la pregunta de por qué se buscan colegas obsesivamente por Internet y hacen quedadas para suicidarse juntos, la respuesta podría ser obvia, tratándose además, del país de los kamikazes, el harikiri, que ya hay que tener estómago, y ciertas torturas que mejor me callo.
No estaría mal preguntarse aun así, por qué cada dos por tres unos jóvenes que tienen salud y la mayor parte de su vida por delante, deciden ponerle fin, así, en grupo.
Preguntarse qué es lo que asquea tan putamente , y no solamente en Japón , a personas no precisamente incultas, y no precisamente pobres, que se juntan sin conocerse, se meten en un Toyota para inhalar el gas tóxico del tubo de escape y aliviar el problema demográfico mundial, y dejan tras de sí cadáveres bonitos o feos y familiares perplejos dándose de cabezazos contra la pared. Cabe pensar que es lo que está pasando en una generación que parece que lo tiene todo, pero a la que quizás le falta espacio para vivir.
Lo más gracioso es que siempre hay una razón. Esa oscura razón que el que se fue, nunca supo explicar, y el que se queda a lamentarlo, nunca comprenderá.
Por Cruzcampo